sábado, 12 de abril de 2008

De la más alta cima a lo más profundo de si mismo (1982)

De la más alta cima a lo más profundo de si mismo.

Pato Varas


En la siguiente experiencia el grupo debe saltar en su totalidad sobre un cordel ubicado a un metro setenta del suelo, más o menos, sin toparlo. Todos, damas y varones deben cruzar sobre el cordel para que el grupo alcance su meta.


Obviamente, el problema no son los primeros, ni las damas, ni los gor-dos; el problema es ¿cómo pasa el último? Yo he optado por darle una pequeña manito al último, cual es el uso de una silla. De todos modos el asunto es imposible si el gru-po no se organiza y coopera, tanto al principio como al final.

Hay grupos que se sientan a reflexionar sobre cómo lo harán. Otros pa-san gente y más gente y al final están atorados. Muestran mejor balance y fluidez aquellos grupos que hacen y piensan, simultáneamente.

Cuando, hace algunos años trabajé con el grupo chileno que coronara con éxito la ascensión a los Himalayas, supe, con esta experiencia, que ellos tendrían éxito en su empresa. A ellos, por supuesto, no les di ninguna ventaja. Así, descubrie-ron que, para lograr que el último hombre escalara la cima debían quemar las energías de todo el grupo, o no habría último hombre, sino un racimo de esfuerzos a medio ca-mino. Fue hermoso ese taller. Convivir con ellos, con Claudio Lucero y Gastón Oyar-zún, reafirmó mi fe en que el hombre es capaz de subir hasta la más alta cima si se co-noce a sí mismo y es capaz de llegar a lo más profundo de sí mismo si se siente acom-pañado.

En el verano de 1980 me encontraba realizando un taller en la Universi-dad de Antofagasta, cuando tuve la oportunidad de confirmar esta verdad. Realizába-mos un trabajo de integración de sueños y una participante, una mujer de 35 años, ca-sada, me planteó lo siguiente: “Hace muchos años, unos doce o trece, que despierto a media noche llorando o gritando, a veces tan fuera de mí que mi marido me zamarrea o cachetea. Nunca he podido recordar lo que estoy soñando, creo que me da mucho miedo. ¿Podrías ayudarme”. Bueno, la verdad es que en ese instante ella se estaba ayudando. Se había decidido a cruzar hacia sí misma y pedía compañía.

“Acuéstate, respira profundo, cierra los ojos y haz cuenta que es una de esas noches. Respira profundo. Ahora estás dormida y empiezas a soñar. Respira. ¿Qué está sucediendo en ti? “Ella empezó gradualmente a agitarse hasta explotar en llantos y sollozos”. “Okey, deja que tu llanto aflore, no lo evites, déjalo salir. Respira y centra tu atención en las imágenes que te llegan, ahora, mientras lloras”. “Estoy sola, en medio de la obscuridad y hay una presencia desconocida, que se me acerca...” Y continuó llorando. “Está bien, no te contengas, llora no más”. Todo esto mientras presionaba su pecho y estómago con mis manos, suavemente. “Respira, ¿quieres mirar esa presencia?" “No, no puedo”. “Bueno, haremos otra cosa. Levántate, elige una persona que sea afín contigo para que te represente acostada, durmiendo. Ahora tú eres la presencia desconocida. Aquí, de pie, ¿qué haces?. “Me acerco a ella”. ¿Qué sucede? “Nada, sólo me acerco”. “Acuéstate de nuevo. La presencia está cerca tuyo. ¿Sabes quién es?”. “Si”. Y nuevamente estalló en sollozos. Era su primer pololo, quien ante un desaire de ella (de 16 años) se había suicidado lanzándose al tren. Du-rante años lo había olvidado. Sin embargo, luego de casarse, habían comenzado las pesadillas que tan sólo ese día se hicieron claras. No una espina, un clavo cruzado en su vida que le impedía dormir. El sentimiento de culpa anidado en sus sueños sin más salida que el llanto y los gritos. Y ese día con el poder del apoyo y la compañía lo en-frentó. Enfrentó ante sí misma y ante el grupo su culpa posible, su sentimiento. Cerró la Gestalt inconclusa. Integró sueños y existencia. Creció.

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