sábado, 12 de abril de 2008

La Danza infinita (1986)

LA DANZA INFINITA

Pato Varas


Para comenzar diremos que la creatividad es la celebración de nuestro ser y de nuestra vida y nuestra existencia; es acto, expresión y realización; es el desa-rrollo y afirmación de la propia visión; de la expansión de los horizontes; es, en buena medida, un acto de valentía y valoración (Zinker, 1979).

De este modo las personas creativas expresan sus ideas y sentimientos sin represión ni temor al ridículo, no rechazando lo desconocido, sino más bien se sien-ten atraídas hacia la experimentación de situaciones nuevas y originales (Maslow, 1982) y se aceptan así mismos llegando a ser cada vez más espontáneos y menos con-trolados e inhibidos.

La actualización de nuestra creatividad ocurre en el encuentro de mi ser con el mundo, de un organismo con su ambiente. Cuando afirmamos que la psicología es “el estudio del ajuste creativo” (Perls y otros, 1951), estamos diciendo que nuestro yo, en la medida que es creativo, llega a resolver de mejor manera su ajuste e interac-ción con todo y todos los que lo rodean.

El grado de armonización o sincronización entre nuestro mundo interior y el mundo externo, marca la calidad de nuestro ajuste. En tanto que mostramos inte-gración, mostramos, por ende, creatividad y manifestamos cualidades que nos hacen constructivos, sintetizantes, unificantes e integrativos.

Evidentemente los procesos de realización personal y de desarrollo de la creatividad marchan de la mano. Cuando nos decidimos a explorarnos, empezamos a tener noticia de nuestras fuerzas y potencialidades. Este movimiento nos permite una mayor conciencia y valoración de nuestro propio ser, que de inmediato nos exige y vuelca, en algún sentido, hacia la expresividad. En este proceso, no sólo iluminamos nuestra vida interior, sino, también, significamos nuestro entorno y lo enriquecemos.

A estas personas les preocupa más lo que ofrecen y entregan que el po-sible cuociente de burlas y “que dirán” que recibirán. Vencen el temor al ridículo, pues ya han aprendido a autoaceptarse y aceptar las situaciones y problemas que la vida les plantea como algo inherente y motivante para sí mismos. En el polo opuesto, nos encontramos con nuestros hermetismos, nuestros miedos y la represión y supresión de lo que pensamos y sentimos. En tanto vivimos decepcionados de nosotros mismos o del mundo, nos tornamos obsesivos, monótonos, tensos, rígidos, helados, cautos, controlados y controladores; incapaces de reír, jugar o amar y de comportarnos con ingenuidad, confianza o infantilidad. Nuestra imaginación, intuición, sensibilidad y emotividad quedan bloquedas, fijas y reprimidas. Pasamos de “personas” (a través del sonido) a “sinesonas” o “asonas” (sin sonidos, sin expresión, afónicos).

La creatividad se parece, en muchos aspectos, a la expresividad de aque-llos niños que se sienten seguros y felices. Esta potencialidad, llamada en los adultos “segunda ingenuidad”, solemos perderla a medida que nos vamos sometiendo a la so-ciedad y sus procesos de culturización.
Nadie expresa lo que no ha recibido. Es a partir de esta postura ingenua que nuestra percepción se desarrolla y vamos captando la realidad, tomando conciencia de la existencia y dándonos cuenta de qué, por esencial, permanece y qué por contin-gente está sujeto a transformaciones. Si algo no es captado, no puede ser innovado. Tal actitud de apertura hacia el mundo depende, por supuesto, de nuestro interés por estar en el mundo y con el mundo.

Caracteriza el acto creativo su poder de integración. La capacidad crea-tiva queda manifestada cuando unimos lo separado, conciliamos lo opuesto, organiza-mos lo caótico, simplificamos lo complejo o significamos lo confuso. Cuando conver-timos lo aparentemente difícil en fácil. De este modo, preparar una comida, servir una cena, iniciar una conversación, exponer una idea, construir un puente, pintar un cuadro, tejer una bufanda, cuidar un enfermo, desarrollar una teoría, escribir un poema, jugar con un hilo o sólo mirar por una ventana puede ser o no un acto creativo.

Difícilmente logramos unir lo separado cuando nosotros vivimos, en nuestro interior, separados. Cuando nuestros afectos y conocimientos llevan caminos divergentes, nos ocurre que mucha de nuestra energía queda detenida y nuestra expre-sibidad decae o irrumpe agresivamente. Tanto vivir excesiva o solamente de ideas, como inmersos, excesiva o solamente, en las emociones, genera un mismo déficit: des-conexión y desconocimiento de lo real.

Y es a partir del encuentro entre lo real y mi interioridad que el salto creativo nace y se hace. Aquel hombre primitivo tiene frío y su hijo necesita abrigo, mira los árboles y sus manos. En su mente algo se ilumina, ha nacido una choza; el quehacer comienza. Los seres humanos, en algún sentido, estamos en permanente on-dulación. Tal ondulación la podemos concebir como un ciclo que incluye: retraimien-to, sensación, conciencia, movilización de la energía, excitación, acción, contacto. Si en el paso de un estado a otro se suscitan interrupciones, entenderemos tal situación como un bloqueo que nos inmoviliza y por ende, maniata nuestra creatividad. Así, cuando bloqueamos el límite entre sensación y conciencia, experimentamos algo sin comprender su significado. Otras veces es posible que comprendiendo nuestras sensa-ciones seamos incapaces de movilizarnos para la acción, quedando presos ante nuestra distracción o depresión. Decimos “sé que debería dejar de fumar, pero no tengo fuer-zas para hacerlo”. Estas perturbaciones del ritmo llegan a ser una permanente traba entre nuestro sí mismo y el ambiente.

Así como bloqueamos nuestro ajuste, así terminamos bloqueando nues-tra creatividad. Suelen ser causantes de nuestros bloqueos:

a) el miedo a fracasar, que nos hace echarnos atrás; no correr riesgos y evitar vergüenzas.

b) la renuncia a jugar, que nos convierte en seres serios y graves, sin humor y ajenos a lo insólito y sorprendente.

c) miopía ante los recursos, con lo que perdemos las ocasiones de solu-
ción que nos ofrece el ambiente.
d) el exceso de certeza, que nos amarra a una sola línea de acción,
llevándonos finalmente a la persistencia en comportamientos que han
perdido funcionalidad.

e) sugeción a la costumbre, que nos amarra excesivamente al pasado, la conformidad y la imitación.

f) el miedo a lo desconocido, perdiéndonos la posibilidad de incursio-nar en lo nuevo, lo incierto o extra-ordinario.

g) la vida emocional empobrecida, que nos paraliza ante el poder de lo afectivo y la atracción interna de los seres y las cosas.

h) la falta de integración,. producto de nuestra rigidez, inflexibili-dad, polaridad y carencia de sutileza.

i) el embotamiento de la sensibilidad, donde nuestros sentimientos no son adecuadamente usados, dejándonos atados al verbalismos y lo conceptual (Perls y otros, 1951).

Ahora bien, cuando somos capaces de superar nuestras interrupciones internas y nuestros bloqueos en la expresión, entonces nuestros procesos creativos to-man vuelo hasta alcanzar realizaciones que nos alegran y satisfacen.

En síntesis, tal proceso cubre tres etapas:

I la etapa de preparación, ella involucra la selección y diferenciación de
los datos y recursos de que disponemos en el universo; todos ellos
captables por nuestra percepción, aunque, a veces, por milenios ignora-
dos.

II la etapa iluminativa, donde una nueva idea, concepto o inversión emer-
ge (¡eureka!) al integrar en nosotros de un modo nuevo y diferente, lo
percibido.

III la etapa de verificación y elaboración, cuando le damos una nueva posi-
bilidad y forma a la realidad, a partir de nuestra creación: un puente,
una manera diferente de limpiar los muebles, un poema o una explica-
ción.

Creativos no son sólo los artistas, también lo somos y podemos ser los profesores, los ingenieros, los campesinos, las dueñas de casa; todos porque es patri-monio de todos.

Quien se proyecta creativamente llega a saber que su producción nace del diálogo que se desarrolla: entre su interior y el diálogo entre él y el mundo que él mismo, luego concreta en acciones. Este hombre conoce las raíces de sus imágenes e ideas.

Carlos Castañeda (1975) nos señala: “don Juan nos habló casi en un su-surro. Me dijo que observara el contorno de todos sus detalles, por pequeños que fue-sen o triviales que me parecieran; en especial, los rasgos del panorama en dirección al Oeste. Dijo que debía mirar el sol, sin fijar la vista en éste, hasta que desapareciera tras el horizonte.

“Los últimos diez minutos de luz, hasta muy poco antes de que el sol di-era contra un banco de nubes bajas o de niebla, fueron, en un sentido total, magníficos. Fue como si el sol inflamara la tierra, encendiéndola igual que una fogata. Tuve la sensación de que mi cara era roja”.

Bibliografía


BROWN, G. The Live Class Room. Penguin, N. York, 1976.

CASTAÑEDA, C. Viaje a Ixlian. F.C.C. México, 1975.

MASLOW, A. El hombre autorrealizado. Kairos, Barcelona, 1982.

PERLS, F., Hafferline, R., Goodman, P. Gestalt Therapy. Julian Press, N. York, 1951.

ZINKER, J. El proceso creativo en la terapia guestáltica. Paidós, B. Aires, 1979.

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